Mente abierta

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Mente abierta

La mayoría de las veces, los humanos no tenemos la mente abierta. En general, lo más probable es que ya hayamos elegido lo que vamos a ver, lo que vamos a sentir, lo que vamos a hacer, lo que vamos a comprar o lo que vamos a defender, y nos pegamos a nuestro guión. Esto es lo que se llama un posicionamiento frente a la realidad: no estoy abierto a lo que la realidad me pueda mostrar, ni a sus cambios, sino que intento imponer sobre ella aquello que considero más adecuado y mejor. Y lo que considero más adecuado y mejor es aquello que deseo, lo que me gusta. Así, trato de que la realidad se conforme a mi deseo. Este es nuestro estado habitual.

            La mente está cerrada porque se cierra sobre un concepto o creencia de qué son y cómo deben ser las cosas. Una vez cerrada, puede insistir con fanática reiteración en que algo que cree real es real, en que ella conoce la realidad y su certeza es absoluta. Ahora bien, este intento de la mente de conocer algo absoluto está mal orientado.

            Lo absoluto pasa por lo abstracto, por lo que no ha sido contando, medido ni pesado. Lo abstracto carece de medida, por eso es abstracto. Y lo absoluto es una característica de lo abstracto, no de lo concreto. Lo concreto se mide, se pesa y se cuenta. Lo abstracto es cualidad pura, sin medida, y su ser absoluto depende no de cantidad ni medida, sino de que dicha cualidad ocupe la totalidad de la mente —el mecanismo de elección en lo concreto— para que dicho mecanismo quede desbancado y superado. Así, cuando la cualidad ocupa la totalidad de la mente, sin dejar sitio a la percepción de separación ni permitir que la mente se divida, podemos equiparar este estado a lo absoluto.

            Vemos aquí que la cualidad de absoluto no puede separarse del funcionamiento del mecanismo de percepción, en el sentido de que depende de que este se desmonte como aparato independiente y se haga uno con la cualidad en sí.  

            De esta manera, para llegar a lo absoluto tenemos que soltar el mecanismo de control, que es la medición (espacial, temporal o de otro tipo). Como estamos acostumbrados a pensar que somos seres humanos y estamos vinculados a un cuerpo, esto puede producir miedo.

 

La mente cree saber y por tanto elige lo que considera mejor. Muchas veces las creencias y los conceptos no están contrastados ni forman parte de la experiencia personal, sino que son producto de la transmisión, de la educación y de cómo se nos ha enseñado a ver las cosas.

La mente misma es el mecanismo de elección. Y el mecanismo de elección es lo que define nuestra identidad, nuestro yo, en función de lo que elegimos y rechazamos, en función de nuestros posicionamientos frente a la realidad.

Los posicionamientos mismos suelen estar profundamente enraizados en la emoción y asociados a ella. Sabemos que las creencias y los conceptos están muy vinculados con emociones que les dan intensidad, que los defienden de la duda y del cuestionamiento. Así, los conceptos y creencias establecen la realidad, sostenida y defendida por las reacciones emocionales. Podemos decir que este conjunto de ideas fijas, creencias, emociones que las sustenten y mecanismo de elección, con sus diversos mecanismos de retroalimentación, conforma nuestra identidad, nuestro yo.

En este sentido, el yo está muy vinculado con los posicionamientos, porque sin posicionamientos el mecanismo de elección pierde relevancia e importancia. Es un circuito de feedback. Cuando la atención y la conciencia están abiertas, cuando son flexibles, disminuye radicalmente el sentido del yo.   

El sentido del yo, a su vez, establece una autoimagen, compuesta por aquellos estándares y criterios que consideramos admisibles y óptimos. Una vez establecidos los criterios del yo admisible y aceptable, el mecanismo de la autoridad interna o superyo se encarga de premiar o castigar nuestra actuación en función de su ajuste a lo esperado.

            Para abrirse, la mente tiene que pasar necesariamente por la dolorosa purga de “no saber”. Admitir que ignora todos los condicionantes y las circunstancias que rodean una situación. Admitir que no conoce todas las influencias que se ejercen sobre dicha situación, desde múltiples contextos y puntos de vista. Para abrirse, la mente tiene que soltar su posición fija, el posicionamiento. Soltar el posicionamiento equivale a perder sentido del yo, de identidad, lo que en cierta medida equivale a morir. Por eso la gente es capaz de perder la vida por tener razón: morir realmente y morir por no tener razón parecen equipararse. 

            Con buen criterio, la razón trata de ordenar el mundo, pero su alcance es limitado porque depende de razonamientos lineales, del marco espacio-temporal y de la ley de causalidad.  

            Así, la mente abierta confía en la sabiduría del momento, en la chispa, en la intuición, en la espontaneidad. La mente abierta es necesariamente confiada, porque sabe que las limitadas proyecciones con las que trataría de conformar el futuro son parciales, débiles y limitantes. Las proyecciones de futuros son lineales, y la vida no sigue un camino lineal. La mente abierta confía en un fondo de inteligencia espontánea y natural, en una Voluntad al Bien que rige ocultamente todas las cosas cuando deshacemos nuestras proyecciones  erroneas.. Así, concluimos con UCDM: Todas las cosas obran conjuntamente para el bien.           

Miguel Iribarren

Foto Nasa

 

 

 

 

 

Miguel Iribarren Berrade