El yo como experiencia

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Cuando digo yo, tengo un conocimiento directo de mí, un conocimiento no mediatizado. El yo es una experiencia, una experiencia directa. Puedo decir que me conozco. Y puedo decir que no sé quién soy. Ambas cosas no son contradictorias. 

El conocimiento directo de mí mismo me es inalienable, pero quién soy no lo define este conocimiento directo, sino que está definido desde fuera, exige referentes externos.

No puedo decir yo sin sentir nada, sin que me pase nada. El yo es posiblemente la única experiencia directa que podemos tener, porque no pasa por los sentidos: no vemos, ni oímos, ni olemos, ni gustamos ni tocamos al yo. Y sin embargo lo conocemos. De hecho, es lo único que conocemos directamente, con seguridad absoluta, porque es lo que somos y no hay nada que se interponga entre nosotros y nuestro yo, precisamente porque nuestro yo es nosotros. Ser implica conocer.

El yo que somos no podemos dejar de serlo. No se detiene con la muerte, del mismo modo que no ha cambiado a pesar de todos los cambios que se han producido en nuestra vida. Nuestro yo es exactamente igual ahora que cuando tuvimos conciencia de él por primera vez. En este sentido, la vida en la Tierra no puede tocarnos, no puede tocar nuestra identidad más simple e íntima. Puedo decir que a mi yo no le pasado nada, aunque a mi persona le han pasado todo tipo de cosas.

En mi opinión, la experiencia del yo es lo que buscaba Descartes.

Decimos que el yo es algo dado, algo que siempre está ahí, en toda experiencia, e incluso en la no experiencia. Todo se refiere siempre al yo. En cierto sentido, todos somos los servidores de este yo que nunca vemos, aunque miramos a través de él.

Mi hipótesis sobre el yo no puede ser más simple: todos tenemos uno, ni más directa: nuestros yoes, aparentemente distintos, son el mismo yo. Somos el mismo, o lo mismo. Esta experiencia directa del yo en la mente es lo que todos los humanos, y posiblemente los no humanos, tenemos en común. Solo nos imaginamos que tenemos distintos yoes porque tenemos distintos cuerpos, distintas biografías, distintas historias personales, preferencias, tamaños, colores de piel, etc. No deja de ser curioso entender que yo estoy en otro cuerpo.

Solo hay un yo, un sujeto, viviendo en muchos cuerpos distintos. Esta es la simple verdad, y posiblemente el secreto mejor guardado del universo. Nuestra resistencia a él es inconmensurable. Hacemos lo que no está escrito para diferenciarnos, para marcar estatus, para ser distintos, especiales, mejores. Precisamente este es el mecanismo que opera en lo humano, la identidad por comparación: nos comparamos para ser mejores en algo. Para adornar nuestro yo con algo que los demás no tengan. Esta también es la base de nuestra afición a la crítica.

Así es el yo experiencia previa y permanente, en realidad una dimensión. Una dimensión en la que cabe todo.

 

Miguel Iribarren Berrade