El pasado y la causa presente

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Hablando de la memoria, Un curso de milagros nos ofrece uno de los puntos de vista más innovadores y reveladores sobre nuestra manera de computar los sucesos de la vida, las cosas que nos ocurren y cómo contribuyen, literalmente, a crear la ilusión del tiempo.

            El Curso nos dice que el pasado ya pasó y que no puede ser una causa presente. Cualquier cosa que nos haya ocurrido en el pasado no puede ser la causa de cómo estoy ahora, de cómo me siento ahora. El pasado ya pasó: esto es un hecho, no una opinión. Si recuerdo algo y hace que me sienta mal, la causa no está en el pasado, que literalmente no puede ser una causa porque ya no está presente, sino que tiene que haber una causa presente por la que yo deseo traer a la memoria el suceso tal como creo que ocurrió y reaccionar a él. Debo tener el deseo de revivir el pasado, no lo he digerido, estoy enganchado a él. ¿Adicción al pasado?

             La ecuación es sencilla: si la causa no está en el pasado, tiene que estar en el presente. Una causa futura no puede tener efectos todavía. Es decir, estoy usando el pasado como causa y trayéndolo al presente. Estoy haciendo de mi pasado la causa presente. ¡Pero la causa es presente y está en mí, en mi opinión, en mi percepción, en mi manera de interpretar lo ocurrido, EN EL PRESENTE!

            Veámoslo con un ejemplo. Pongamos por caso que alguien me insulta y yo reacciono sintiéndome ofendido. Esa persona me ha insultado una vez. Es más que probable que yo reaccione dándole vueltas a esa situación y repitiéndola en mi mente. Alguien me ha insultado una vez y yo puedo repetir el insulto en mi mente cientos, tal vez miles de veces. ¿Para qué? ¿Por qué no lo suelto? ¿Qué gano atándome a esa persona y a una acción pasada? ¿Cuál es el objetivo de la falta de perdón? ¿Adónde me lleva? Cada vez que el repito el insulto en mi mente debo estar queriendo eso, porque lo estoy creando, lo estoy haciendo yo.

            ¿Cuál es el mecanismo? ¿Por qué me vuelvo adicto a repetir en mi mente algo que es desagradable? ¿Qué gano con ello?

[En realidad, el mecanismo adictivo es inconsciente: siento una sensación desagradable en mi cuerpo al recordar la imagen de la situación y reacciono a ella. Poco a poco, sin saberlo, acabo siendo adicto a la sensación desagradable, que pasa por debajo del radar de mi conciencia.]

En realidad me estoy autocastigando. Mi imagen ha quedado dañada y trato de repararla atacando… Pero mi imagen no es algo sólido, que merezca la pena conservar. Mi imagen es mi propia creación, mi propio invento, mi propia ilusión de lo que creo ser, y está sometida a los mil y un embates y cuestionamientos del transcurrir de la vida. La imagen no es fiable precisamente porque depende de fuera, de cómo me ven los demás, no de lo que soy. Cuanto más apegue a esa imagen, más dependeré de ella y, por lo tanto, más sufriré.

Por otra parte, el momento en que se rompe una imagen es un momento mágico, una increíble oportunidad de libertad, de ser libre. Cuando la imagen, que puede caerse, se cae, es posible vislumbrar aquello que no puede caerse, aquello que soy más allá de la imagen. Aquello que no he creado yo. La rotura de mi imagen es una gran lección de humildad… y de libertad.   

            ¿Y si la causa presente de este diálogo interno, de la repetición del insulto en mi mente, fuera el autocastigo? El Curso nos habla sin ambigüedad de la culpabilidad enterrada en nuestro inconsciente por haber rechazado el amor de Dios. ¿No será que cualquier excusa vale para castigarse y por eso quiero conservar el pasado?

Miguel Iribarren

Miguel Iribarren Berrade