Los grandes rayos

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Los grandes rayos

Se les llama así porque parecen venir de lo alto, de muy lejos y te caen, o parecen caerte, encima. No sé si los grandes rayos son un fenómeno múltiple, puesto que yo solo lo experimentado como singular, como un gran rayo. Cuando te cae un gran rayo, de repente eres consciente de la altura de la que procede, es como si la caída del rayo sobre ti te llevara a la altura desde la que el propio rayo cae, y es como si vieses las cosas desde muy arriba, desde muy lejos.

            El primer efecto psicológico que se suele sentir cuando te caer el rayo es: yo no me merezco esto. No he hecho nada para merecer esto. No tengo méritos. Como es una bendición tan grande, un amor tan intenso y tan inmenso, infinitamente más grade que uno, infinitamente generoso, ilimitado, que se dirige hacia todo y hacia todos universal e indiscriminadamente, uno se siente absolutamente sobrepasado, bendecido, anonadado. ¿Cómo puede haber tanto verdad, tanta bondad, tanta belleza? De repente, la realidad es gloriosa. Pero el calibre de la gloria es descomunal. Digamos que es del tamaño de Dios, no es de tamaño humano. Los humanos no podríamos diseñar, ni siquiera sospechar, algo así.  

            De repente, sientes que tú solo podrías redimir al mundo entero. Bueno, no tú solo, más bien lo que te atraviesa en ese momento. Sientes claramente que viene de fuera de ti, que te atraviesa y tiene su autonomía, su inteligencia, para dirigirse donde mejor le parece.

            Ante esta experiencia, la única posibilidad cuerda es ponerse a bailar, ponerse a bailar encantado, maravillado, extasiado. Ponerse a bailar como Zorba el Griego, como Fred Astaire, como Pinocho.  

Texto Miguel Iribarren

Foto Astrid Bennett